viernes, 30 de abril de 2010

Eros. La superproducción de los afectos

Recomendación Literaria.
La sociedad ha convertido a las relaciones afectivas en productos de consumo, apunta la obra ganadora del Premio Anagrama de Ensayo 2010. El libro aborda al amor desde la perspectiva del mercado, la obsesión por lo instantáneo y lo efímero del intercambio erótico con cargo a la tarjeta de crédito sensorial.

€®O$ es un discurso creativo sobre el amor, es decir, sobre las corporaciones que lo producen, las imágenes que lo anuncian y los medios que lo transfieren. Su escenario es el Mercado Afectivo. En ese lugar, que es el nuestro, las pasiones no son ya una expresión de la vida interior, sino una negociación con los instrumentos digitales, informativos y financieros que generan la identidad hiperconectiva actual. Su perspectiva es la sociología de las relaciones personales, pero no les sorprenda encontrar también un arsenal de sátiras, poemas, canciones y un relato de crítica-ficción que, situado en el año 2040, imagina el glorioso derrumbe del Mercado, y lo que habrá de ocurrir después.

€®O$ son diez teletextos que describen un punto de ignición: allí donde la sensibilidad se encuentra con el espectáculo. El reality show se convierte en el espacio para la fraternidad. Chuck Palahniuk descubre la ternura del porno. El Adulterio tiene su Ministerio en la red. Paris Hilton halla en un casting la amistad verdadera. La industria musical entona la balada más triste. Los hermanos Coen inventan la estética del divorcio. Decididamente, el Ars Amandi de hoy lo cantan los Magnetic Fields. No es de extrañar que la energía y el humor de esas modernas epifanías recorran también el estilo del libro.

€®O$ es asimismo la narración en directo de una batalla: la lucha por la legitimidad de las emociones. Una teoría de las emociones en el capitalismo debía incorporar un examen del poder: el que se ejerce por medio de estructuras del sentir, reglas de la expresividad, transmisiones y retransmisiones de estados de ánimo, que modulan al sujeto para construir un código emocional reconocible. Este asunto lo aborda de manera tan concienzuda como atenta: expone las ambigüedades de la ruptura de pareja y el factor político de la nostalgia, sin olvidar que los sentimientos lujosos se convierten en vulgares y que un día usted cogió una raqueta e hizo karaoke en su casa. Normativas libidinales, catálogos de ex, literaturas instructivas y pantallas latentes: nada tendría de extraño que la próxima vez que usted lea la palabra «eros» eche en falta los signos del euro, la marca y el dólar.

Fernández Porta, Eloy

sábado, 24 de abril de 2010

Elogio a la mujer brava. Héctor Abad Literatura moderna

Estas nuevas mujeres, si uno logra amarrar y poner bajo control al burro machista que llevamos dentro, son las mejores parejas.

A los hombres machistas, que somos como el 96 por ciento de la población masculina, nos molestan las mujeres de carácter áspero, duro, decidido. Tenemos palabras denigrantes para designarlas: arpías, brujas, viejas, traumadas, solteronas, amargadas, marimachas, etc. En realidad, les tenemos miedo y no vemos la hora de hacerles pagar muy caro su desafío al poder masculino que hasta hace poco habíamos detentado sin cuestionamientos. A esos machistas incorregibles que somos, machistas ancestrales por cultura y por herencia, nos molestan instintivamente esas fieras que en vez de someterse a nuestra voluntad, atacan y se defienden.

La hembra con la que soñamos, un sueño moldeado por siglos de prepotencia y por genes de bestias (todavía infrahumanos), consiste en una pareja joven y mansa, dulce y sumisa, siempre con una sonrisa de condescendencia en la boca. Una mujer bonita que no discuta, que sea simpática y diga frases amables, que jamás reclame, que abra la boca solamente para ser correcta, elogiar nuestros actos y celebrarnos bobadas. Que use las manos para la caricia, para tener la casa impecable, hacer buenos platos, servir bien los tragos y acomodar las flores en floreros. Este ideal, que las revistas de moda nos confirman, puede identificarse con una especie de modelito de las que salen por televisión, al final de los noticieros, siempre a un milímetro de quedar en bola, con curvas increíbles (te mandan besos y abrazos, aunque no te conozcan), siempre a tu entera disposición, en apariencia como si nos dijeran “no más usted me avisa y yo le abro las piernas”, siempre como dispuestas a un vertiginoso desahogo de líquidos seminales, entre gritos ridículos del hombre (no de ellas, que requieren más tiempo y se quedan a medias).

A los machistas jóvenes y viejos nos ponen en jaque estas nuevas mujeres, las mujeres de verdad, las que no se someten y protestan y por eso seguimos soñando, más bien, con jovencitas perfectas que lo den fácil y no pongan problema. Porque estas mujeres nuevas exigen, piden, dan, se meten, regañan, contradicen, hablan y sólo se desnudan si les da la gana. Estas mujeres nuevas no se dejan dar órdenes, ni podemos dejarlas plantadas, o tiradas, o arrinconadas, en silencio y de ser posible en roles subordinados y en puestos subalternos. Las mujeres nuevas estudian más, saben más, tienen más disciplina, más iniciativa y quizá por eso mismo les queda más difícil conseguir pareja, pues todos los machistas les tememos.

Pero estas nuevas mujeres, si uno logra amarrar y poner bajo control al burro machista que llevamos dentro, son las mejores parejas. Ni siquiera tenemos que mantenerlas, pues ellas no lo permitirían porque saben que ese fue siempre el origen de nuestro dominio. Ellas ya no se dejan mantener, que es otra manera de comprarlas, porque saben que ahí -y en la fuerza bruta- ha radicado el poder de nosotros los machos durante milenios. Si las llegamos a conocer, si logramos soportar que nos corrijan, que nos refuten las ideas, nos señalen los errores que no queremos ver y nos desinflen la vanidad a punta de alfileres, nos daremos cuenta de que esa nueva paridad es agradable, porque vuelve posible una relación entre iguales, en la que nadie manda ni es mandado. Como trabajan tanto como nosotros (o más) entonces ellas también se declaran hartas por la noche y de mal humor, y lo más grave, sin ganas de cocinar. Al principio nos dará rabia, ya no las veremos tan buenas y abnegadas como nuestras santas madres, pero son mejores, precisamente porque son menos santas (las santas santifican) y tienen todo el derecho de no serlo.

Envejecen, como nosotros, y ya no tienen piel ni senos de veinteañeras (mirémonos el pecho también nosotros y los pies, las mejillas, los poquísimos pelos), las hormonas les dan ciclos de euforia y mal genio, pero son sabias para vivir y para amar y si alguna vez en la vida se necesita un consejo sensato (se necesita siempre, a diario), o una estrategia útil en el trabajo, o una maniobra acertada para ser más felices, ellas te lo darán, no las peladitas de piel y tetas perfectas, aunque estas sean la delicia con la que soñamos, un sueño que cuando se realiza ya ni sabemos qué hacer con todo eso.

Los varones machistas, somos animalitos todavía y es inútil pedir que dejemos de mirar a las muchachitas perfectas.. Los ojos se nos van tras ellas, tras las curvas, porque llevamos por dentro un programa tozudo que hacia allá nos impulsa, como autómatas. Pero si logramos usar también esa herencia reciente, el córtex cerebral, si somos más sensatos y racionales, si nos volvemos más humanos y menos primitivos, nos daremos cuenta de que esas mujeres nuevas, esas mujeres bravas que exigen, trabajan, producen, joden y protestan, son las más desafiantes y por eso mismo las más estimulantes, las más entretenidas, las únicas con quienes se puede establecer una relación duradera, porque está basada en algo más que en abracitos y besos, o en coitos precipitados seguidos de tristeza. Esas mujeres nos dan ideas, amistad, pasiones y curiosidad por lo que vale la pena, sed de vida larga y de conocimiento.

Vamos hombres, por esas mujeres bravas...