viernes, 13 de enero de 2012

"Los Tres Principes de Serendip". Fábula Persa

Esto es lo que les sucedió a los tres Príncipes de Serendip, que utilizaron distraídamente su inteligencia. Habían sido educados por su padre, que era arquitecto del gran Shá de Persia, con los mejores profesores, y ahora se encaminaban en un viaje hacia la India para servir al Gran Mogol, del que habían oído su gran aprecio por el Islam y la sabiduría. Sin embargo, tuvieron un percance en su camino. Una tarde como esta, caminaban rumbo a la ciudad de Kandahar, cuando uno de ellos afirmó al ver unas huellas en el camino: - Por aquí ha pasado un camello tuerto del ojo derecho. Había observado que la hierba de la parte derecha del camino, la que daba al río, y por tanto la más atractiva, estaba intacta, mientras la de la parte izquierda, la que daba al monte y estaba más seca, estaba consumida. El camello no veía la hierba del río. - El segundo, que era más sabio, dijo: le falta un diente al camello. La hierba arrancada mostraba pequeñas cantidades masticadas y abandonadas. - El tercero que era mucho más joven, pero aun más perspicaz. Dijo: el camello está cojo de una de las dos patas de atrás. La izquierda, seguro, las huellas eran más débiles en este lado. - El mayor, picado en esta competencia, afirmó: por mi puesto de Arquitecto Mayor del Reino que este camello llevaba una carga de mantequilla y miel. Se había fijado en que en un borde del camino había un grupo de hormigas que comía en un lado, y en el otro se había concentrado un verdadero enjambre de abejas, moscas y avispas. - Se trata de un difícil reto para los otros dos hermanos. - El segundo hermano bajó de su montura y avanzó unos pasos. Era el más mujeriego del grupo por lo que no es extraño que afirmara: En el camello iba montada una mujer. Y se puso rojo de excitación al pensar en el pequeño y grácil cuerpo de la joven, porque hacía días que habían salido de la ciudad de Djem y no habían visto ninguna mujer aún. Se había fijado en unas pequeñas huellas de pies sobre el barro del costado del río. - El tercer hermano, absolutamente herido en su orgullo de adolescente por la inteligencia de los dos mayores, afirmó: Es una mujer que se encuentra embarazada, hermano. Tendrás que esperar un tiempo para cumplir tus deseos. Se había percatado que en un lado de la pendiente había orinado pero se había tenido que apoyar con sus dos manos porque le pesaba el cuerpo al agacharse. Los tres hermanos eran muy listos. Sin embargo, su sabiduría les trajo muchas desgracias. Por su soberbia de jóvenes. Al acercarse a la ciudad, contemplaron un mercader que gritaba enloquecido. Había desaparecido uno de sus camellos y una de sus mujeres. Aunque estaba más triste por la pérdida de la carga que llevaba su animal, y echaba la culpa a su joven esposa que también había desaparecido. -¿Era tuerto tu camello del ojo derecho?, le dijo el hermano mayor.- “Sí”, le dijo el mercader intrigado.- “¿Le faltaba algún diente?”- “Era un poco viejo”, dijo rezongando, “ y se había peleado con un camello más joven.”- “¿Estaba cojo de la pata izquierda trasera?”- “Creo que sí, se le había clavado la punta de una estaca.”- “Llevaba una carga de miel y mantequilla.”- “Una preciosa carga, sí.”- “Y una mujer.”- “Muy descuidada por cierto, mi esposa.”- “Qué estaba embarazada.”- “Por eso se retrasaba continuamente con sus cosas. Y yo, pobre de mí, la dejé atrás un momento. ¿Dónde los habéis visto?” - “No hemos visto jamás a tu camello ni a tu mujer, buen hombre, le dijeron los tres príncipes riéndose alegremente. El buen mercader estaba muy irritado. Cuando los vecinos del mercado le dijeron que habían visto tres salteadores tras su camello y su mujer, los denunció. Habían señalado todas esas características del camello con tanta exactitud que ninguno les creyó cuando afirmaron no haber visto jamás al camello. Y se habían reído del mercader, había muchos testigos. Fueron llevados a la cárcel y condenados a muerte ya que en Kandahar el robo de camellos es el peor delito, más que el rapto de esposas. La cosa no acabó tan mal. La esposa se había escapado, y pudo llegar antes de que los desventaran en la plaza pública, como era costumbre para castigar a los ladrones de camellos. El poderoso Emir de Kandahar se divirtió bastante con la historia y nombró ministros a los tres príncipes. “La sabiduría tiene su premio.” “La casualidad los salvó y aprendieron a ser mucho más prudentes a la hora de manifestar su inteligencia ante los demás.” Fábula persa

lunes, 9 de enero de 2012

Un frasco peligroso.

Un frasco puede ser un recipiente de agua o de veneno. El mismo envase puede alojar una medicina o una sustancia letal. Por eso importa la etiqueta. Confiamos en el marbete para identificar la composición del líquido, para mantenerla lejos de los niños, para aplicar la dosis correcta, para separar los líquidos de la cocina de los del botiquín o la cochera. Una de las campañas más intensas de los consumidores en los últimos años ha sido precisamente la batalla por las etiquetas: contar con información veraz y comprensible de lo que uno compra en un empaque. El consumidor, (como el votante) requiere información para decidir. No puede arriesgarse a probar con la tripa el misterio de los frascos. Enrique Peña Nieto es un frasco sin etiqueta porque carece de contenido propio. Puede ser garrafón de gasolina, una olla de sopa vieja o una botella de cocacola. Peña Nieto será lo que otros viertan en el recipiente. Es un envase, un frasco vacío. ¿Alguien puede dudar del peligro que significa beber de un frasco sin nombre? Lo advirtió Manlio Fabio Beltrones y creo que tiene razón: un político sin ideas es un político peligroso. Si el atractivo del candidato único del PRI es estrictamente formal (una imagen, una carátula, un actor que representa el papel de un político joven), sus respaldos provienen de su vacuidad. No es raro que así sea. ¿Qué mejor para los grupos de interés en México que patrocinar a un político atractivo que no presenta el inconveniente de pensar por sí mismo? Conforme pasa el tiempo, parece claro que el escándalo de los libros no fue un resbalón menor. La incapacidad del candidato para lidiar ágilmente con lo imprevisto mostró su vulnerabilidad central: no solamente se trata de un político ignorante, sino de un político sin fibra, un cartón sin constitución propia, un estuche sin esqueleto. Si aquel incidente de la chachalaca fue tan nocivo para la primera candidatura de López Obrador fue porque ofreció a muchos dubitativos la confirmación de una sospecha. El candidato de la izquierda no era un hombre tolerante, como mostraba esa orden de silencio al presidente. Los escándalos no se evaporan fácilmente cuando conectan con una intuición colectiva, cuando alimentan un recelo preexistente. Esa es la puntería del escándalo de los libros. Creíamos que Peña Nieto era un actor en busca de un papel protagónico para el que no está preparado. Lo confirmamos. De ahí la posibilidad de que aquel tropiezo con autores y títulos sea más que un accidente para convertirse en una definición. Digo definición pero debo decir caricatura. El tropiezo de Peña Nieto no lo convirtió en un político temible sino risible. En unos minutos, Peña Nieto se ganó la peor de las descalificaciones para un hombre que aspira al gobierno: el ridículo. En Guadalajara, el candidato priista perdió algo más que la imagen de invulnerable: perdió respetabilidad. No será fácil ya tomarse en serio al exgobernador del Estado de México. Y cuando lo vemos de nuevo en el estudio de televisión deseándonos una feliz Navidad, mientras su esposa lo acaricia y lo admira con ojos tiernos, ratificamos que se trata de un político de aparador. Un político inventado por los reflectores de la televisión que puede ser destruido por la luz natural. Si mostraba habilidad política como gobernador y como líder del priismo mexiquense, parece que ese talento termina en la frontera del Estado de México. A Peña Nieto no le sienta bien cruzar las Torres de Satélite: fuera de la protección de la política local, el político ha tropezado una y otra vez. Se dirá que ha firmado un libro que es un programa serio y razonable de gobierno y que en sus propuestas se mide su estatura pero, evidentemente, la solidez de un político no está en los documentos que suscribe, sino en el temple . Peña Nieto navega con instrumentos prestados. No contempla el mundo con sus propias herramientas, los utensilios que ha ido formando a lo largo de la vida, producto de su experiencia, del éxito y del error. En ausencia de curiosidad intelectual, de una vida nutrida de experiencias, carente de ideas propias, su vínculo político con el mundo es indirecto: el que su corte le ofrece. La dependencia de su entorno es absoluta. El frasco no se llena desde dentro. ¿Con qué elementos podría, por ejemplo, resistir la influencia de un tecnócrata arrogante que convirtiera en su asesor principal? ¿Tiene elementos para ponderar sensatamente juicios contrarios? ¿Cómo reaccionaría ante una crisis imprevista? ¿Cómo podría resistir las intimidaciones de los poderes económicos? Votar por un frasco es arriesgarse a beber una botella de amoniaco con la ilusión de que sea agua de limón. JESUS SILVA-HERZOG MARQUEZ.