LA FELICIDAD COMO LÍMITE INTUITIVO DE LA POLÍTICA
José Angel Sáiz Aranguren∗
RESUMEN
Para Savater la felicidad se define como lo que merece el hombre que emplea la libertad para hacer
el bien. Esto se explica mediante dos ideas: “ideal ético” y “ser digno de felicidad”. La primera significa
que la felicidad no es un proyecto político, sino una cuestión privada referida al ámbito personal y, como en
Hume; es una labor del deseo, del corazón. El papel de la razón es instrumental; elige los medios. Es
decir, la fuente del deber es el querer, estar vivo, ocupado o ampliar nuestra perfección desde uno mismo.
Ser digno de felicidad significa emplear la libertad para hacer el bien. La felicidad no se conquista, sino
que se encuentra en lo cotidiano; es el telos del deseo. Y si todo esto no funciona, recordemos que la
felicidad es también una forma de memoria, de recuperar la infancia. En definitiva, la felicidad hace que la vida sepa bien.
“La felicidad es lo que merece el hombre que emplea su libertad para hacer el bien;
tal es el axioma ético por excelencia”
F. Savater, FT,147
Al leer el excelente libro de Bertrand Russell, La conquista de la felicidad (LCF),
me llamó la atención una curiosa historia que narra con su singular sentido y con la que me
gustaría comenzar este capítulo.
El mayor ilustrado quizá del siglo XX nos cuenta que “una vez había dos máquinas
de hacer salchichas, perfectamente construidas para transformar el cerdo en los más
deliciosos embutidos. Una de ellas conservó su interés por el cerdo y produjo innumerables
salchichas; la otra se dijo: ¿Qué me importa a mi el cerdo? Mi propio esfuerzo es más
interesante que cerdo alguno. Despreció al cerdo y se dedicó a analizar su estructura.
Privada de su alimento natural, su interior cesó en sus funciones, y cuanto más se estudió,
se encontró más estúpida y vacía. Toda la estructura perfecta con la cual se efectuaba
anteriormente la deliciosa transformación, continuaba, y, sin embargo llegó a olvidarse de
lo que es capaz de hace. Esta segunda máquina era como el hombre que ha perdido el
entusiasmo, mientras que la primera semejaba a quien lo ha conservado (LCF, 153).
Entonces, ¿qué puede hacer la persona que encerrada en sí misma ha olvidado su
entusiasmo?
EL INTERÉS ÉTICO
La Felicidad es, probablemente, una idea tan difícil, abstracta y personal que,
según Savater, “los políticos no se atreven a prometerla directamente en nuestros días” (La
conquista de la felicidad-CF-17-18). Es un concepto tan excesivo que ningún programa
electoral lo incluye. De ahí que la felicidad separa el discurso ético del político. “La ética escribe Savater”-es una cuestión privada referida al ámbito interpersonal, no un
comportamiento público que debe ser sometido a referendo o careo antes usos, pudores y
prejuicios establecidos” (CF,81). Esto último sería la política. El interés político, según la
lectura que hago de la obra savateriana, debe ser algo palpable, exterior y directo. Por
tanto, útil. Debe estar sujeto a una descripción y explicación causal objetiva. El control
social, las leyes impuestas, las formas de representación, los condicionamientos de clase
son producto del interés político. Pero, para Savater, hay un interés que, a diferencia de
los demás, no es visible y éste es el interés ético. Es como “una máscara o desvío de otros
intereses” (op.cit.,26); no pertenece a ese ámbito de la exterioridad al que pertenece la
política. Para desvelar esta incógnita intentemos responder a esta pregunta: ¿Cuál es y
cómo conocemos este interés ético?
En su tiempo, Hume intuyó que “la moralidad es más sentida que juzgada”
(Tratado de la naturaleza humana, III, sección I y II, págs 687-693). Es labor del
corazón, no del juicio; no se encuentran pistas facilitadoras para trabajo del inspector
político, sino que están en el interior de cada persona. En la misma línea, Savater nos
enseña que, si ningún político se atreve a proclamar la felicidad en su ideario, esta postura
al menos tiene una ventaja: “mostrar los límite intuitivos de la política. Pero también la
desventaja y el peligro de los objetivos sombríos que sustituirán a su promesa” (CF, 18).
Para construir un camino humano que se dirija a ese deseado interés ético es
necesario separar la política de la ética. Ya Aristóteles dejó sentado que los humanos
desean en primer lugar y en su interés personal ser felices: la felicidad. Una vez
informados de lo fundamental, tenemos que aprender a reconocer la felicidad: en un
principio la razón es mal camino. Volviendo a Hume, la razón es incapaz de determinar lo
deseable. Su ámbito consiste en detectar la existencia de un fin o un deseo, pero no puede
fundamentar ese orden de fines. Es preciso, para Hume, abrigar un deseo. Pero al mismo
tiempo la razón será de gran utilidad. Orientará, en un papel instrumental, la elección más
adecuada de sus medios hacia la única finalidad deseada: la felicidad. En este sentido,
para Savater el instinto es previa a la razón, pero sus vías pueden y deben ser razonadas.
Aquí la única fuente del deber es nuestro querer, pero éste no puede descartar el análisis y
la comunicación de pareceres, que forman su ilustración. Si somos seres racionales, en la
felicidad debe haber algo racional también. Si uno no se apropia de la vida por medio de la
inteligencia y no madura, nunca huirá de la infelicidad.
Esta idea general expuesta queda reflejada en una anécdota contada por Fernando
Savater: le ocurrió a Lord Russell, cuando un entrevistador perspicaz le pidió que eligiera
“entre aumentar su felicidad y aumentar su conocimiento”. Entonces “el viejo,
genialmente sincero y aristocráticamente por encima de coherencias serviles, repuso tras
un respingo: es curioso, elegiría saber más. Demostrando así que permanecía fiel a la
felicidad y que ésta no es palabra vacía más que para quien no sabe dotarla de contenido”
(Diccionario filosófico –DF-, p336). Tanto para Russell como Savater, cuantas más cosas
interesen a un hombre, mayores posibilidades de felicidad tiene. Escribe el filósofo inglés:
“la vida es demasiado breve para interesarnos en todo, pero está bien que nos interesemos
por todo cuando puede hacernos pasar el tiempo” (LFC, 153) . En la misma línea de
opinión Savater, recordando a Nietzsche, aclara: “más que ser felices, los humanos
quieren estar ocupados” (DF,134). Por tanto, este interés que impide a nuestro
pensamiento encerrarse perpetuamente dentro de sí mismo, es el que necesita la segunda
máquina de la historia inicial (sin duda, esta máquina no escuchó el secreto de Russell para
la felicidad: que tus intereses sean lo más amplios posibles y que tus reacciones hacia cosas
y personas interesantes sean amistosas en vez de hostiles (LCF, 150). Un interés que,
abriéndose al exterior, amplía nuestro campo receptivo y nos hace vernos a nosotros
mismos tal como somos, sin ningún tipo de miedo o de complejos. Como manifestó
Walter Benjamín en Dirección única, “ser feliz significa poder percibir a sí mismo sin
temor”. Esta sigue siendo para Savater (Ética como amor propio-EAP-p.349 la definición
más concisa y menos petulante que conoce.
La felicidad es algo más serio que las cursilerías “hazme feliz, querido” o “eres un
obstáculo a mi felicidad”. Su rechazo es “muestra de salud mental”(CF, 20). Aunque la
felicidad no tiene recetas, avisa de los síntomas de sus contrarios, que se concentran en
torno al sufrimiento. Éste empeora a las gentes y a los pueblos, y por tanto, el ser humano
actúa en representarse la felicidad, no en sufrirla. En esta representación se encuentran la
base de la humanidad, para Savater. Así la felicidad es el esfuerzo para mantenerse vivo y
rechazar todas las miserias que se nos ofrecen para despistarnos, escribe en ese diario
intelectual titulado Sobrevivir. Eric Fromm, comentando el sentido que posee la felicidad
para la Ética Humanista advirtió que “es el criterio de excelencia en el arte de vivir; de
virtud...El gozo es por el contrario la prueba del éxito parcial o total obtenido en el “arte de
vivir” (Ética y psicoanálisis, pp.205-207).
Juan Arias (Fernando Savater: el arte de vivir, p.14) opina que a nuestro filósofo
le gusta citar a Primo Levi cuando afirma que si es verdad que no existe la felicidad
perfecta, tampoco existe la infelicidad imperfecta. A Savater le interesa la “felicidad
posible” (por eso una de sus presentaciones sea como “filósofo de lo posible contra lo
probable” (op.cit.,9). Reflexiona sobre el presente, para buscar lo posible. No sólo se
resigna a lo probable. La felicidad posible es el encuentro con este proyecto en el que
estamos instalados, y nos conduce a una realidad ética que no sirva para juzgar a los
demás, sino para conocerse mejor a sí mismo y para crear la solidaridad humana. En
definitiva, la reflexión sobre la felicidad está demostrando que la moral en Savater es una
“ética de sentido común”, como la define Juan Arias (op.cit., 14). Puede ser un proyecto
inconformista y hasta imposible. Pero aún así, siempre imprescindible, es decir,
irreductible, afirma Savater. (CF,17).
A pesar de todo, la felicidad, por ser un término demasiado genérico y poco
preciso, apenas le sirve a Savater1 “como punto de partida positivo para el estudio de la
génesis de valores, particularmente de valores éticos” (EAP, 34). Para comprender éstos,
preferirá el amor propio como una opción individual del querer. Admitiendo esta postura
referida al origen de los valores sociales, sin embargo, en lo que nos atañe en estos
momentos-que es el límite de la política con la ética-,la felicidad ocupa el lugar principal.
Incluso si queremos apurar o matizar esta opinión, creo que el querer nace, como antes
hemos señalado, como deseo de felicidad. Por tanto, cuando oímos la expresión “quiero
ser feliz”, sabemos que nos estamos alejando de la vida política y nos adentramos en la
búsqueda ética. Porque, insisto, en política no se escucha la palabra “felicidad”. Esos
paraísos de plena felicidad que rezaban las teorías religiosas y las ideologías marxistas
ocurrían una vez superados bien el estadio terrenal para la religión, o bien el estadio
político para los marxistas.
SER DIGNO DE FELICIDAD
La felicidad parece un querer que no brota de ningún derecho, ni convenio, ni está
garantizado por nada ni por nadie. Kant lo expresó espléndidamente cuando dijo: “no
queremos la felicidad, sino ser dignos de ella”. Por tanto, la ética no nos hace felices,
sino dignos de felicidad2. Para explicar esta conclusión, Savater (CF,186) recuerda a Kant
en La idea para una historia universal considerada desde el punto de vista cosmopolita:
“Sólo en la sociedad, y por cierto, en aquella que presenta la máxima libertad y, por eso
mismo, un antagonismo general entre sus miembros, pero que presente también la más
rigurosa determinación y garantía de los límites de esa libertad a fin de que ésta pueda
subsistir junto a la libertad de los demás, sólo en tal sociedad puede ser alcanzado, en la
humanidad, el supremo designio de la naturaleza, a saber: el desarrollo de todas sus
disposiciones”. Porque la libertad persigue esa vía sin fondo que es la felicidad. “La
felicidad-asegura Savater-es lo que merece el hombre que emplea su libertad para hacer el
bien. Tal es el axioma ético por excelencia” (Filosofia tachada –FT-p.147). Axioma en mi
opinión irrealizable, pero deseable, porque en su dificultad o lejanía radica la fuerza de su
deseo. Ser digno de felicidad no es tener derecha a ella, pues, “se trata de lo contrario de
aquello que se consigue o recibe en cumplimiento de un derecho2 (CF, 19). Hay derecho a
1 Aprovechando este “rechazo momentáneo” mostrado por nuestro filósofo quiero recordar unas palabras
pronunciadas por Nietzsche: “¡Qué importa la felicidad!, respondió Zaratustra. Hace ya mucho tiempo que
yo no aspiro a la felicidad, aspiro a mi obra” (Z.321). Más adelante se verá cómo Savater sí aspira y quiere
ser feliz.
2 Véase Savater, Invitación a la ética, 133; Escritos politeístas, 57; El contenido de la felicidad, 19;
Apostatas razonables, 13
la administración de mi infelicidad, pero “no hay tal cosa como un “derecho a la felicidad”
(ib).
Llegando a este punto, me atrevería a decir que para Savater, y a diferencia del
ilustrado Russell, la felicidad no se conquista. “Ser dignos de la felicidad-escribe aquél-no
es tener derecho a ella ni ser capaces en modo alguno de conquistarla-recordemos aquel
beato título del bueno de Bertie Russell: The conquest of happiness”(ib). Para Bertrand
Russel el “carácter ideal” para esa conquista era: vitalidad, valor (capaz de percibir
racionalmente los peligros reales), sensibilidad, inteligencia, libertad, autodisciplina,
veracidad, afecto y simpatía, gusto por el juego, desarrollo de la fantasía (también la
ciencia, puntualiza, estimula la imaginación) y capacidad para la aprehensión y el goce de
la belleza”3. Aunque parezca un carácter muy complicado, en Russell la receta para la
felicidad era muy fácil y descansaba en “cosas sencillas: la casa, la comida, la salud, el
amor, el éxito en su trabajo y el respeto a los suyos. Para algunas personas es asimismo
esencial la paternidad” (LCF, 221) Y tras unas páginas, añade un texto que no puedo dejar
de omitir: “El hombre feliz es el que no siente el fracaso de unidad alguna, aquel cuya
personalidad no se escinde contra sí mismo ni se alza contra el mundo. El que se siente
ciudadano del universo y goza libremente del espectáculo que le ofrece y de la alegrías que
le brinda, impávido ante la muerte, porque no se cree separado de los que vienen en pos de
él. En esta unión profunda e instintiva con lo corriente de la vida se halla la dicha
verdadera” (LCF,226). Es decir, la felicidad se encuentra en lo cotidiano, que es lo más
sencillo y accesible.
Si bien nuestro filósofo admite este carácter feliz de su admirado Russell, en
cambio no se atreve a enumerar o describir ninguna receta hacia la conquista de la vida
feliz. No cree en ellas. Entonces, si la felicidad no es un derecho, ni una conquista, ¿qué
es? Savater encuentra la mejor descripción de felicidad en la definición de éxtasis que da
Valle Inclán en Lámpara maravillosa: “felicidad es el goce de ser cautivo en el círculo de
una emoción pura, que aspira a ser eterna ¡Ningún goce y ningún terror comparable a este
sentir del ama desprendida!” (la infancia recuperada-IR_, p.142). Abarca todo y nada. Es
todo el conjunto de fines( placer, utilidad, etc), pero nos e agota en ninguno de ellos. Nos
estamos acercando a una tarea difícil.
Quizá lo más apropiado sea-como recomienda-acercarse a la felicidad por la vía más
fecunda y transitable posible: “La aproximación por la vía de la exclusión” (EAP,34). Esto
significa intentar disolver los obstáculos que se interponen en nuestro yo, para la felicidad;
apartarse de “aquellas contingencias que no responden al puro respeto a la ley de nuestra
libertad racional” (CF,19). En la obra de Savater los obstáculos principales para la
realización personal son la Religión y el Estado, entendidos como símbolos de salvación.
Sirvan estas palabras de Otto Rank en Verdad y realidad para explicarlo: “Hay que hacer
notar también que felicidad y salvación representan de hecho cosas contrarias (...)Pues el
deseo de felicidad es un punto culminante del individualismo y de su afirmación jubilosa
del querer por la conciencia personal; mientras que la aspiración de salvación busca por el
contrario la supresión de la individualidad, la igualdad, la unidad, la unificación con el
todo” (Savater, EAP, 178).
3 José Luis López Aranguren, “Introducción” a la conquista de la felicidad. p.15
Igual lo incompatible es mi propio y o. Savater recuerda que tanto para
Schopenhauer como para los budistas es “el yo mismo lo que nos hace indignos de la
felicidad” (CF,19). Entonces cobraría sentido aquello de que “la condición de la felicidad
es precisamente ser otro, no ser yo” (El dialecto de la vida-DV-,p.87). Razón por la cual
para ser feliz tendría que quitarme yo. Y sin embargo, “es el yo-postula Savater-el que
quiere ser feliz”(CF,18), y recuerda cómo los Vedas tienen un pensamiento que debe
acompañar a la conducta para alcanzar la felicidad: Tat twan asi¡ Este eres tú
(Schopenhauer: la abolición del egoismo-Sch-p.170). En consecuencia, y según Savater
(CF,20), cuando nosotros decimos “quiero ser feliz”, se quiere decir “quiero ser”-aunque
nunca somos idénticos a lo que ya estamos siendo-. Los académicos dirán aquello de la
unión definitiva del ser en sí y ser para sí. La felicidad se convierte en “el telos último del
deseo” (ib).
Si la felicidad es el resultado de lo quiero y deseo, ¿es un instinto egoísta’
Feuerbach-comenta Savater-se empeño en señalar que el amor a uno mismo se funde sobre
el instinto de felicidad. Entonces “lo que hace al virtuoso practicar la virtud es lo mismo
que hace al vicioso practicar el vicio, a saber, el afán de ser feliz” (A decir verdad-AV-
,p.105). En el fondo no son tan distintos. “El virtuoso será sencillamente un vicioso bien
informado, un vicioso que calcula mejor...”(ib) Esta idea necesita una explicación que
Savater se apresura a brindarnos: “reconocer con abierto impudor el egoísta instinto de
felicidad con ineludible raíz común de hazañas y desafueros, crímenes y rasgos generosos,
no equivale a propugnar el cínico “a fin de cuentas, todo viene a ser igual” (op cit.108).
Como antes señalaba, aunque este instinto es previo a la razón, sus vías se deben razonar,
pues “el principio de la felicidad propia-añadió Kant-es responsable” (op.cit.105). Pero
reflexionar sobre estas palabras es, según mi opinión, darle la razón a Cioran cuando
supuso que “el hombre es un animal demasiado orgulloso para aceptar la felicidad y
demasiado corrompido para despreciarla (De lágrimas y de santos,p.108).
Por si estas reflexiones resultan insuficientes, Savater quiere insistir en el tema,
esta vez desde otra perspectiva. Para ello se pregunta: ¿Qué otra cosa puede ser la
felicidad? Y responde: “la felicidad es una de las formas de memoria” (CF,184).
Recordamos el momento feliz como “aquel en el que nos olvidamos de todo los demás”
(ib). Nos aferramos a su recuerdo porque no hay nada que contar de la felicidad; para la
reflexión resulta opaca. Borges-recuerda Savater-escribió de alguien que “ a veces era
alejado de la metafísica por breves accesos de felicidad (ib). Y Proust comentaba algo
similar: “los pensamientos son sucedáneos de desdichas. La felicidad sería el hueco
retrospectivo en el que carecemos de unos y otras, o sea, un aúreo paréntesis sin mensaje
en nuestro discurso interior (op. Cit., 185).
Con tanta explicación quizá nos olvidamos de que estamos analizando algo
plancentero o, al menos, agradable. Fiel a su carácter, Savater recuerda al implacable
humorista, Joseph Pla, quien reducía la felicidad a la pasta asciutta, el vino de Riesling y
el amor filial. Savater, intenta una enumeración-no menos caprichosa-resaltaría la
expresión artística-como la filosofía-, la cordialidad-la cordialidad-llámese ternura, humor
o lealtad y el coraje-que lo es todo (CF 185).
Son esos momentos de felicidad que Maslow denominó “experiencias cumbre” .
Estos tres instantes sustituyen para Savater el espejismo de la felicidad como proyecto4.
Dicho spinozianamente “el deseo de vivir felizmente, o sea, de vivir y obrar bien, etc, es
la esencia misma del hombre” (Ética, IV, def 21 p267). Y, por tanto, “la felicidad no es
un premio que se otorga a la virtud, sino que es la virtud misma” (op.cit., V, def 42, p 365).
También el ya nombrado }Bertrand Russel identificaba vida feliz y vida buena y confesaba
haber escrito La conquista de la felicidad como un hedonista, como alguien que
“considera la felicidad como el bien” (LCF,225). Y Savater, como admirador destacado de
Spinoza y Russel, postulará: “el ejercicio –del bien-garantiza la felicidad” (Instrucciones
para olvidar el Quijote –Quij-44). Metafóricamente hablando, la felicidad hace que la
vida sepa bien. Y es cierto, la vida con la que estamos satisfechos sabe bien, asegura con
agrado Agnes Séller (Políticas de la postmodernidad, pp.196-197).
Para concluir, cuando a alguien se le escapa un día la pregunta de marras” ¿qué
quieren las personas?”, podemos responder, como hizo Savater en su añorada infancia “ser
felices”. Después, confundidos por su alcance, nos quedaremos pensativos,
preguntándonos qué hacer para conseguirlo. A continuación escucharemos de algún
maestro aquellas palabras pronunciada por Kierkegaard: “la puerta de la felicidad no se
abre, por eso de nada sirve asaltarla y echarla abajo. Se abre después y se ve que no hay
nada que hacer5. Ante semejante duda, encuentro una solución para ser feliz: recuperar la
infancia6. La felicidad viene ligada a la esencia de ser niño. ¿Por qué? Por la sencilla razón
de que para Savater, la felicidad no es un sentimiento como la alegría, sino un estado; un
estado de afirmación vital.
Quisiera acabar como empecé, contando una historia cotidiana; una historia que al
menos verse sobre la felicidad, la sencillez y lo cotidiano, y que sirva de ejemplo a todo lo
expresado en este capítulo7. Russell en La conquista de la felicidad escribe: “Su felicidad
no era debida a emotivos intelectuales, no se basaba en la creencia en la ley natural ni en la
perfectibilidad de las especies, ni en el triunfo final de los adventistas del séptimo día, ni
en ninguna de las creencias que los intelectuales consideran necesarias para su vida. Se
basaba en el vigor físico, en la suficiencia del trabajo y en vencer obstáculos no
4 Una definición muy precisa que recoge esa relación entre virtud, belleza y felicidad aparece en la obra de
Voltaire titulada Rousseau-Voltaire, en torno al mal y la desdicha, cuadno Shaftesbury manifiesta que
“Somos artífices de nosotros mismos, realizamos acciones virtuosas y construimos bellas formas: ese
conjunto es lo que llamamos felicidad” (N.R.15) También, en este sentido, Stendhal manifiesta que “la
belleza es una promesa de felicidad” (Savater, PV, 239) (cva. Mía).
5 Kierkegaard, S. Diapsálmata , BIF, ed. Aguilar, p.29. En Savater, La filosofía tachada (La Voluntad
disculpada) p.149.
6 Savater se descubre cuando confiesa que “se muy bien que el contenido de mi felicidad es en La infancia
recuperada donde lo he expuesto” (IR, 17). Es decir, no lo trata en otras obras más específicas (p.ej.El
contenido de la felicidad), donde estudia el proyecto ético y se pregunta si lo que de verdad quiere el ser
humano es la felicidad. Por lo tanto, el recuerdo de sus lecturas infantiles se convierte en el mejor tratado
sobre la felicidad. Cioran le enseñó, muy oportunamente, que “sólo existe un fracaso: dejar de ser niño
(LS,93). Recomiendo leer el capítulo “La peregrinación incesante” en La infancia recuperada, prestando
atención a las páginas 142 y143.
7 Como dije en este capítulo, la única perífrasis que sustituye, para Savater, a la voz felicidad es “lo que queremos”. De esta forma, y admitiendo que la ética savateriana trata de lo que la persona quiere, no de lo que debe o puede, Savater convierte la felicidad en la finalidad de nuestro deseo.
insuperables en forma de roca. La felicidad de mi jardinero es del mismo tipo, está
empeñado en una guerra sin cuartel contra los conejos, de los cuales habla como se habla
en Scotland Yard de los bolcheviques; (...) A pesar de tener más de setenta años, trabaja
todo el día y va y viene en bicicleta desde su casa, que está a 16 millas; pero la fuente de
su alegría es inagotable, y son sus conejos los que la alimentan” (LFC,140).
Me parece claro aunque hasta cierto punto complejo para el conocimiento y la expectativa cotidiana de la felicidad.
Alex P.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
ARIAS, J. (1996) Fernando Savater: el arte de vivir, Barcelona-España: Planeta.
CIORAN, E. (2998) De lágrimas y de santos. Barcelona-España: Tusquets.
FROMM, E.(1981) Ética y psicoanálisis. México: F.C.E.
HELLER, A. (1989) Políticas de la postmodernidad. Barcelona-España: Península.
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KANT, I. (sf) La idea para una historia universal considerada desde el punto de vista
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KIERKEGAARD, S. (sf) Diapsálmata. Aguilar: BIF.
NIETZSCHE, F. (1990) Así habló Zaratrusta. Madrid: Alianza.
RUSSELL, B.(1997) La conquista de la felicidad. Madrid: Espasa-Calpe.
SAVATER, F. (1972) Filosofía tachada. Madrid: Taurus.
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_________(1976) La infancia recuperada. Madrid: Taurus.
_________(1976) Apóstatas razonables. Madrid: Mondadori.
_________(1982) Invitación a la ética . Barcelona-España: Anagrama.
_________(1985) El dialecto de la vida. Barcelona-España: Plaza y Janés.
_________(1985) Instrucciones para olvidar el Quijote. Madrid: Taurus
_________(1986) Schopenhauer, la abolición del egoísmo. Barcelona-España:
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_________(1986) El contenido de la felicidad. Madrid: Taurus (El País, 1986).
________(1987) A decir verdad. México: FCE.
________(1988) Ética como amor propio. Madrid: Mondadori.
________(1995) Diccionario filosófico. Barcelona: Planeta.
________(1999) Las preguntas de la vida. Barcelona-Madrid: Ariel.
SPINOZA, B.(sf) Ética. Barcelona-Madrid: Orbis.
VOLTAIRE(1995) Voltaire-Rousseau. En torno al mal y la desdicha. Madrid: Alianza.
sábado, 27 de noviembre de 2010
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