lunes, 16 de abril de 2012
Drogas en la Cumbre
Entre fanfarrias de gloria los países americanos sepultaron ayer en Cartagena de Indias el cadáver de cuatro décadas de lucha contra las drogas.
El presidente Barack Obama, de Estados Unidos, quiso darle un carácter festivo al
velorio proclamando antier, 14 de abril, Día Panamericano, y ya encarrerado decidió
panamericanizar toda la semana con la promesa de su compromiso y el “orgullo de
celebrar este legado de asociación internacional… renovaremos los lazos de
amistad y responsabilidad que nos unen con un propósito común”.
Veterano testigo de todas las cumbres latinoamericanas, sus palabras me recuerdan la
primera, julio de 1956 en Panamá, donde su antecesor Dwigh Eisenhower, escoltado por
John Foster Dulles, secretario de Estado, se juntó con colegas tan distinguidos como
Fulgencio Batista, Héctor Bienvenido Trujillo, Carlos Castillo Armas, Alfredo Stroessner y otros ejemplares de esa fauna que parecía en peligro de extinción, adornada como cereza del pastel por Tacho Somoza el viejo, cuatro meses antes de su asesinato, a quien le oí defender “los sagrados principios de libertad y
democracia que nos son comunes”.
Tal cinismo dejó pasmados a Juscelino Kubitschek, Pepe Figueres y Adolfo Ruiz Cortines, democráticas excepciones en la mezcolanza de tiranías,
repúblicas bananeras y retórica tropical presagiosa de la realidad mágica, pálido
producto de la imaginación ante la verdad histórica.
Este fin de semana, casi seis décadas después, 33 jefes de Estado, 10 más que entonces,extendieron el certificado de defunción de la guerra antidrogas y examinaron la posibilidad de legalizar algunas, empezando por la mariguana y la cocaína, con la idea de preparar una propuesta ante Naciones Unidas para cambiar la estrategia fallida y buscar otros escenarios más eficaces, por lo menos con mayores posibilidades de vencer al enemigo. O de aprender a vivir con él.
Mi experiencia no me permite abrigar la mínima esperanza de un acuerdo práctico.
Tantos generales no sirven para sacar a un buey de la barranca. La vistosa tribuna y las relumbrosas personalidades obligadas a escucharse unas a otras, son influencias
propicias a la trivialidad de la frase rimbombante y hueca. En el mejor de los casos
son oportunidades de llevar agua a su molino, poses explotables en el enanismo de la política regional donde un “yo le dije a Barack” todavía apantalla a los adictos a las telenovelas.
Al amparo del desorden provocado por un aguacero torrencial me colé ese día al segundo piso del Palacio de las Garzas. En uno de sus salones todos los jefes de Estado clausuraban los trabajos firmando un documento que pasaba de mano en mano. En realidad sumaban 23 los documentos iguales que no alcanzábamos a ver con detalle mientras circulaban y se iban llenando de firmas. Corrió el rumor de que eran pergaminos donde se contenía la esperada Declaración de Panamá 1956, texto en que las generaciones venideras habrían de refrescar por los siglos de los siglos sus convicciones de justicia y libertad. Cuando el carrusel detuvo su giro las plumas se
ofrecieron como regalo para museo, los firmantes se dieron la mano y estalló un gran
aplauso con el que se felicitaban a sí mismos por el éxito de sus desvelos.
Fue entonces cuando, aprovechando el descuido de los jerarcas, algunos periodistas
logramos ver de cerca lo firmado. Eran planillas de timbres de correo, colecciones de
las estampillas que el gobierno panameño había puesto a la venta en recuerdo de la
junta, un gracioso souvenir con autógrafos que, de regreso a casa, los agasajados
regalarían a sus esposas o a los niños siempre tercos en el qué me trajiste, papá. Fue lo único firmado en esa reunión continental, evocadora, como insistieron los discursos, de la primera vez en que Simón Bolívar soñó el sueño de la unidad americana.
Escribo este Bucareli poco antes del cierre de la junta de Cartagena de Indias; ignoro los acuerdos alcanzados por tan conspicuos concurrentes, pero no les envidio las utilidades. Mientras el mayor consumidor de las drogas sea al mismo tiempo el gran proveedor de armas para los traficantes, poco o nada se logrará de esta y todas las juntas futuras. Los 50 mil muertos, 70 mil desaparecidos, 500 mil desplazados y más de cien millones de los demás mexicanos, empobrecidos y asustados, irán
acostumbrándose a las ejecuciones colectivas, asesinatos de inocentes, decapitación y
descuartizamiento de familias enteras, como si eso fuera la forma de vida normal.
De tanto esfuerzo desperdiciado rescatamos la belleza del sitio escogido, Cartagena de Indias.
Me apunto para la próxima reunión si es en Río de Janeiro. Propongo el Centro Histórico de la Ciudad de México, cada vez más hermoso. Y me queda más cerca.
Jacobo Zabludovsky
sábado, 7 de abril de 2012
México, ¿Estado laico?
En estos días se debate mucho acerca de la visita papal junto con la reciente aprobación de la reforma al artículo 24 Constitucional que algunos dicen ha sido hecha “a modo” de la iglesia católica. Muchas de estas afirmaciones han sido hechas sin conocimiento de causa más para generar especulaciones que para aportar propuestas o soluciones.
¿Qué es lo que la reforma plantea? Antes que nada, cabe señalar que aún no es una reforma constitucional, se trata de una minuta aprobada por la Cámara de Diputados y que para ser una realidad debe ser aprobada por el Senado y más tarde por más de la mitad de los Estados de la República. La reforma en sí misma contiene aspectos que son muy positivos como lo es la libertad de convicciones éticas, de conciencia y de religión. Este aspecto es muy importante y poco se ha hablado del mismo: la libertad de conciencia. Con esta libertad se permitiría disentir de aquellas convicciones morales o religiosas frente a las que uno puede no está de acuerdo y, dentro del respeto a los derechos de los demás. La libertad de conciencia permitiría, por ejemplo, no hacer el servicio militar a alguien para quién la paz es un valor absoluto y por tanto, está en desacuerdo a prepararse en el uso de las armas o bien, a aquellos médicos para los que un aborto es contrario a sus valores morales. Como se aprecia, es una libertad muy importante que se funda en las concepciones morales de cada persona.
Además, la reforma en comento señala el derecho tanto a tener como a no tener religión al señalarse que el Congreso no podrá dictar leyes que establezcan o prohíban religión alguna. Lo controvertido, en todo caso, de la reforma es que habilita la celebración de actos religiosos tanto en público como en privado (sujetándose a una ley reglamentaria) y esto es algo que ya existía al menos en los hechos, pero no jurídicamente dado que esto se encontraba prohibido.
Las celebraciones públicas de actos religiosos se encuentran prohibidas actualmente en nuestro país ante el supuesto “laicismo” del Estado pero los hechos contrastan con esta prohibición legal y además, nos dan cuenta de que nuestro Estado, aunque jurídicamente es laico, se inclina por la religión mayoritaria de la población y esto resulta a todas luces injusto para las demás religiones profesada en nuestro país.
Tan sólo apreciemos la gran importancia que se le da al Cardenal de México en sus declaraciones y que son transmitidas por todos los medios de comunicación y su amplio espectro de influencia entre la población. Por si fuera poco, las festividades de la religión católica también se convierten en días de asueto nacionales como la Semana Santa, el 12 de diciembre y el 24 de diciembre. Estas son fechas de la mayor importancia para los católicos y que el Estado ha hecho suyas declarándolas días de descanso nacional. No obstante, no ocurre así con las demás festividades de otras religiosas como el mes del Ramadán de la religión musulmana o el “Shabbath” que es el día de descanso judío.
Por si fuera poco, hemos presenciado con descaro como los últimos gobiernos de México han demostrado su desprecio para con las religiones minoritarias y su entrega hacía el catolicismo, basta apreciar el evento tan recordado donde el ex presidente Vicente Fox se inclina y besa el anillo del Papa Juan Pablo II.
No se trata de criticar a la religión católica sino de formar un Estado realmente laico en donde la religión no interfiera con los asuntos políticos y en donde el Estado no se incline en la defensa y promoción de una determinada religión. La religión constituye uno de los derechos fundamentales de los individuos y la libertad de creencias ha sido una de las grandes conquistas que a costa de sangre, esfuerzos y sufrimientos ha conseguido la humanidad. No fueron pocos los que dieron su vida por un Estado en donde la religión no constituyera el centro determinante de todas las decisiones, por hombres como Juárez podemos hoy discernir sobre múltiples aspectos entre las religiones y vivir en una sociedad inclusiva donde profesar o no una determinada religión no constituya una característica determinante para catalogar a alguien como mejor o peor.
La religión es la manifestación de una determinada cultura, por tanto, las distintas religiones representan la gran cantidad de manifestaciones culturales existentes. Si algún valor tiene la libertad de creencias, como derecho humano, es el reconocimiento de la infinita cantidad de religiones existentes y el igual valor de las mismas. En la libertad de creencias lo que se protege es precisamente lo diverso y lo que se garantiza es que tanto lo que yo pienso, o en lo que yo creo tenga el mismo valor que lo que piensa o en lo que cree otra persona y esto resulta ser de una importancia fundamental pues nos habla de una concepción multicultural de los derechos humanos en donde todo lo distinto puede tener cabida y sin que una concepción se imponga sobre la otra, garantizando el igual valor de las diferencias de identidades traducidas en la diversidad de las personas y sus culturas.
Por Mario Smith.
domingo, 1 de abril de 2012
La sociedad de las redes y el vacío
El filósofo francés Gilles Lipovetsky, explica cómo Facebook y Twitter han llegado para llenar esa sensación de vacío de la sociedad moderna
CIUDAD DE MÉXICO, 1 de abril.- La semana pasada pude platicar largo con Gilles Lipovetsky, uno de los más representativos y agudos filósofos de nuestros tiempos. Autor de clásicos como La era del vacío, La felicidad paradójica y La tercera mujer, entre otros, se ha convertido en uno de los pensadores más lúcidos de nuestros tiempos. Una referencia obligada para entender la modernidad, la posmodernidad y la hipermodernidad en la que nuestras sociedades (y cada individuo que en ella nace, crece, se reproduce y muere), se mueven a una velocidad a veces incalculable.
Un placer poder platicar con Lipovetsky, sus libros (editados en español por Anagrama) son hoy obligados para entender nuestros tiempos, qué es lo que va cambiando en un mundo en el que las cosas van demasiado rápido y cuyos grandes signos de interrogación se encuentran en lo macro, pero también en lo micro de la vida cotidiana.
¿Qué es hoy por hoy “el vacío”?
El vacío actualmente se comprende en tres niveles. El primero tiene que ver con la caída de las grandes ideologías de la modernidad: la Nación, la Revolución, la religión... Grandes ideologías en las que ya prácticamente nadie cree. En segundo lugar y, desgraciadamente, el vacío también en la vida política; porque hoy en día es el mercado y el comercio, la economía de los países, la que acapara toda, toda la plaza y el debate públicos; los políticos tienen cada vez menos y menos posibilidades de cambiar su entorno. Y hay un tercer nivel mucho más inquietante y es que las personas se interrogan cada vez más sobre el sentido de su vida; todas las relaciones son cada vez más complicadas, las personas se separan con completa facilidad. Antes, las personas en sociedad podían detestarse, pero por lo menos estaban juntas. Hoy, los individuos se sienten cada vez más solos y hay una gran necesidad de llenar ese vacío. El fenómeno de las redes sociales como Facebook y Twitter así lo demuestra: que los seres humanos tienen necesidad de llenar ese vacío, tiene necesidad de conectarse, de encontrar la manera de permanecer unidos.
Efectivamente, creo que los seres humanos no soportamos el vacío y de la época en la que fue escrita La era del vacío a nuestros tiempos, muchas cosas han cambiado... Y sí, claramente intentamos llenar ese vacío a través del internet y las redes sociales, pero también con otros fenómenos como el crecimiento de la violencia.
Por supuesto, coincido con usted. Frente a estos nuevos vacíos hay varios tipos de reacciones y es ahí donde yo hablo de una “sociedad paradójica y contradictoria”. Si comenzamos por lo más dramático, el vacío que produce la individualización profunda intenta colmarse o contrarrestarse con el surgimiento de sectas y movimientos extremistas que parecerían tener el mérito –para quienes en ellas militan– de devolver un poco de orden al caos aparente. En sociedades que están fragmentadas las personas se reagrupan en “micro comunidades” que parecerían devolver un poco de sentido y de pertenencia. Ese es el rostro más negativo porque puede generar fanatismo, dogmatismo, terrorismo, que difícilmente son controlables.
Pero hay otras maneras de intentar llenar ese vacío que son un poco más optimistas. Por ejemplo, cada vez más y más individuos están convencidos de que el mero “consumo” no es suficiente para satisfacer sus vidas, que es efímero. Y encuentran otras formas de llenar su existencia: ahora es cuando más personas vemos encontrando vínculos creativos, tomando fotografías –aun cuando sólo sean para Facebook–, escribiendo historias, tomando clases, hacen teatro... Lo que es un hecho es que cada vez más seres humanos experimentan unas profundas ganas de crear, de crear algo que tenga un verdadero significado.
Y ahora que menciona esta dimensión creativa existente en las redes sociales, ¿no podrían representar una trampa, no podríamos estar ante el espejo de Blancanieves?
Ciertamente; las redes sociales tienen ese peligro: el individuo se puede llegar a sentir sobrevalorado por escribir una pequeña frase y la resonancia que ésta pueda tener en las redes sociales; “eres guapo; te ves hermosa; qué bien saliste en la foto”... Ésa es otra de las paradojas de esta sociedad hiperindividualista: que mientras más personas afirman su autonomía, más necesidad tienen de reafirmarla a través de los otros. Su autoestima empieza a depender de un “me gusta” o “no me gusta” en el Facebook.
Sólo hay que mirar alrededor: cuántas personas se han vuelto dependientes del internet: miramos qué sucede cuando el teléfono no sirve; ¡es la nueva cara del pánico! Existo en tanto estoy conectado. Esta es una de las presentes tragedias del individuo: adora gerenciar completamente solo su vida, pero al mismo tiempo eso le resulta insoportable cuando no encuentra ecos, así sean los más frívolos imaginables.
Pareciera, otra vez, el camino de ida y de regreso hacia el vacío.
Y sí; una vez más.
Bueno, es que sus libros son eso: una invitación a pensar a nuestra sociedad, a pensarnos como individuos, a pensar el “yo” en relación con nosotros...
Cuando pienso este tipo de temas intento, sobre todo, evitar el pensamiento apocalíptico. Contrario a lo que con frecuencia hace el “alto pensamiento intelectual”, que tiende a la diabolización de lo que ocurre en el mundo y de la política, yo intento observar la vida cotidiana, el mercado, la existencia de los individuos en sociedad. Alcanzo a ver las paradojas que tienen: las partes negativas, pero también rostros muy positivos.
Por eso he trabajado en asuntos que, generalmente, suscitan el desinterés o el franco desdén de los intelectuales; el cine, la moda, la televisión... Pero estoy convencido de que esos asuntos ameritan ser vistos de otra forma. Yo no espero que me lean creyendo que se van a encontrar con la “obra maestra de la humanidad”; simplemente estoy convencido que son asuntos humanos contemporáneos que merecen el mismo interés que todos los demás. Los individuos no estamos hechos de un solo bloque, de una sola pieza: los seres humanos amamos cosas contradictorias, porque somos en esencia seres contradictorios.
Usted menciona con frecuencia la “alta política”, pero siento que ésa ya no existe... ¿Será que la democracia se parece cada vez más al mercado: que simplemente está dirigida a los consumidores?
Es completamente cierto; la “alta política” se trataba de reivindicar el poder, se trataba de cambiar la historia, se creía que la voluntad del Estado era tan vigorosa que podría cambiar el mundo. Hoy ya nadie lo cree de esa manera. Hoy el Estado ya no entusiasma a nadie; hace falta que exista para que ponga orden, pero ya no genera pasiones. La “corrección política” de la democracia apasiona a muy pocos, ya nadie cree en los “grandes políticos”. El Estado hoy apenas y puede regular a ese otro nuevo gran poder: el mercado. Pero lo muy bueno del momento que vive hoy el Estado es que la democracia obliga a los políticos a acercarse a la gente y a sus causas. Están obligados a hacerlo, están obligados a mostrar empatía por las personas y sobre todo proximidad. Ahora ya no existe ese Estado completamente vertical y alejado de la gente. Los políticos se acercan a la sociedad, quieren acercarse, necesitan acercarse. Y esto, aunque cuesta trabajo entenderlo, está en total correlación con un Estado que tiene muy pocos medios para cambiar la realidad, para cambiar al mundo y que no puede cambiar la historia.
Vemos ahora al mercado como la fuerza suprema, pero también vemos que, a últimas fechas, la sociedad comienza a organizarse de cara a este nuevo supra poder. ¿Cómo ve, por ejemplo, el movimiento de los indignados?
El movimiento de los indignados es una expresión completamente representativa de eso que yo llamo “hipermodernidad”, porque las personas están manifestando su indignación de una manera pacífica, sin ningún tipo de violencia. Buscan reivindicar su lugar en la sociedad sin intentar hacer ninguna revolución, pero al mismo tiempo el problema de los indignados es que no tiene traducción política. Es al mismo tiempo un movimiento muy fuerte, pero completamente débil. Su fuerza radica en todo el potencial que tiene esta gente de cambiar las cosas.
Lo que es sorprendente del movimiento de los indignados es que es completamente pacífico, no llama a la insurrección política ni social; su expresión es muy distinta a lo que ocurría en otros tiempos; el movimiento de los indignados no responde al modelo de la “lucha de clases”. El problema es que este movimiento está completamente dispersado; no tiene un programa y no tiene propuestas concretas. Estamos ante una situación muy delicada porque capitalismo y el mercado han invadido nuestras vidas, pero tampoco hay una alternativa creíble a la economía de mercado. En todo caso, mayor regulación; hace falta regular el mercado.
Y al mismo tiempo –lo ha dicho usted antes–, los pueblos no quieren renunciar ni a la democracia ni a la economía de mercado...
Por supuesto, porque las grandes alternativas ya no existen. Las personas disfrutan vivenciar el consumo, incluso a sabiendas de que el mercado puede ser sumamente cruel. La crisis que el mundo ha atravesado en los últimos años demuestra que si el mercado no está regulado no hay más horizonte que el desastre. El liberalismo no debe solamente apelar al laissez-faire; el liberalismo justamente a lo que llama es al equilibrio. El mercado necesita contrapoderes, ha adquirido un poder exorbitante. El Estado debe recuperar algo de poder; hace falta el mercado porque es el mejor medio para generar riqueza; pero dar demasiada libertad al mercado sólo puede conducir al desastre y al colapso de las economías. Es necesario restablecer equilibrios.
¿La democracia ha terminado por convertirse en una suerte de reality-show?
Si entendemos a la democracia sólo desde su óptica política, efectivamente sobran ejemplos de que se ha convertido en un espectáculo; pero no en todos lados. Por ejemplo si tomas a Berlusconi la respuesta es indudablemente afirmativa, pero si tomas a Angela Merkel, ella no se encuentra en absoluto en la lógica del espectáculo. No todas las democracias operan
bajo el modelo del show business. Y por otro lado, la democracia no es únicamente la labor del gobierno: la democracia también es una forma de vida social. Ahora vemos que la vida asociativa es muy rica en las sociedades que están en democracias avanzadas; pensemos en los movimientos a favor de la ecología, en el voluntariado para ayudar a los pobres, la defensa de los animales, personas que militan para la cultura... La vida de consumo da algunas satisfacciones a los seres humanos pero evidentemente no todas las satisfacciones.
Hoy los individuos ya no quieren militar en partidos políticos; ahora encuentran mucho más atractivo, real y verdadero militar en las asociaciones de personas que comparten sus intereses y sus preocupaciones. Los ciudadanos saben hoy que tienen opciones mucho más concretas para incidir en su vida cotidiana y en la de sus comunidades. Así pues, por un lado la vida democrática, en su expresión electoral, se ha debilitado claramente, pero la vida democrática en su rostro social se ha fortalecido como nunca.
Yuriria Sierra
www.excelsior.com.mx:
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