Grincheando
Desde la aparición de Mr. Scrooge ningún otro personaje navideño había tenido la capacidad de penetrar en el imaginario colectivo hasta la llegada de El Grinch. Bien conocido ya de todos gracias al filme protagonizado por Jim Carrey, en realidad este extraño personaje es una más de las excéntricas creaciones del Doctor Seuss, pseudónimo de Theodor Seuss Geisel (1904-1991), uno de los grandes maestros de la caricatura y el cuento infantil modernos.
Seuss es una figura todavía poco conocida en nuestro país, aunque el cine, con las recientes versiones de sus historias de El gato en el sombrero, Horton o el propio Grinch, nos lo esté descubriendo al fin. Tan importante y popular como Baum o incluso Disney, el Doctor Seuss se convirtió en el heredero estadounidense de la tradición del nonsense, ejemplificada por Lewis Carroll o Edward Lear, llegando a crear un auténtico universo de juegos de palabras, términos ficticios, verbos inventados y nombres imposibles, que riman de forma ingeniosa y original. Así está escrito también Cómo El Grinch robó la Navidad, publicado en 1957, cuyo éxito transformaría su personaje central en protagonista de varios filmes de animación y convertiría su nombre, como el de Scrooge, en sinónimo de persona antipática, gruñona y asocial. Pero ¿quién es El Grinch? Aunque la edulcorada versión de Hollywood le dé un pasado y motivos para ser como es, lo cierto es que es básicamente un duende antipático y gruñón, con un aspecto más parecido al del yeti o el bigfoot que al de un elfo. Su odio a la alegría navideña y los regalos le llevará, anticipándose al personaje de Tim Burton (MÁS ALLÁ, 205), a planear cómo “robar” la Navidad, disfrazándose de Santa Claus y despojando a sus vecinos –los whos, fantásticos seres bondadosos– de sus preciosos presentes y manjares navideños... solo para descubrir que, al fin y al cabo, la Navidad no es cosa de bienes materiales, sino un espíritu y un sentimiento puros, que acabarán conquistándole. El Doctor Seuss, cuyo uso de la rima, la repetición y las palabras inventadas ha sido asociado frecuentemente a la hipnosis –tema recurrente en Seuss, que aparece también en la genial película Los 5.000 dedos del Dr. T (1953), inspirada en su obra– y hasta con interpretaciones cabalísticas y esotéricas, quiso y consiguió con su cuento denunciar el materialismo y el comercialismo que habían invadido el espíritu navideño. Lo que Dickens reinstaurara felizmente ha llegado a ser, como bien sabemos todos, un exceso mercantilista y consumista en el que cualquier genuino sentimiento navideño se pierde por completo. Precisamente para poner en evidencia esta situación, Seuss, ecologista e individualista acérrimo que odiaba el mundo moderno y su materialismo tecnológico, utiliza el personaje aparentemente malvado de El Grinch. Sin él, sin su cinismo gruñón, su mezquino humor y su maligno ingenio, la Navidad no podría resurgir, rescatada de sí misma. Está claro que para Seuss y sus millones de fans, El Grinch es un personaje irremediablemente simpático y fascinante que comparte con Mr. Scrooge su odio a la Navidad pero, a diferencia de este, no posee connotaciones de inmoralidad o abuso social.
El Grinch es el opuesto justo y necesario de Santa Claus: usurpando su papel nos redescubre el verdadero sentido navideño. De hecho, tan popular será El Grinch que en sus siguientes aventuras recuperará de inmediato su naturaleza gruñona, que le aproxima más a Halloween que a la Navidad.
Pesadillas navideñas
La mejor y más popular aportación contemporánea a esta tradición de cuentos fantásticos navideños iniciada por Dickens ha sido, sin duda, Pesadilla antes de Navidad, película dirigida por Henry Selick en 1993, pero producida y diseñada porTim Burton según su cuento para niños. La historia de cómo Jack Skellington, el espíritu de Halloween, intenta robar la Navidad sustituyendo a Santa Claus, con la mejor de las intenciones y el más grotesco y divertido resultado, posee un carácter arquetípico comparable al del cuento de Dickens o al del personaje de El Grinch. Naturalmente, el mundo de Burton deriva de sus pasiones cinematográficas y literarias y es, sobre todo, el de la reivindicación del marginado, del raro, del freak.
Pero esta visión positiva de lo oscuro y diferente tiene en este caso una clara lectura luciferina, ya que basta sustituir el país de Halloween por el Infierno y el país de la Navidad por el Cielo para que Jack se convierta en el Ángel Caído de Milton. Como explica Jordi Sánchez Navarro, “revuelta prometeica; y también luciferina. Como Prometeo, Jack Skellington, extraviado en un espejismo, se siente capaz de acometer una empresa propia de dioses, y esa inconsciente soberbia lo convierte en un más que evidente personaje luciferino. Con una salvedad: tanto Lucifer –el arcángel soberbio–como Prometeo son figuras que encarnan la conspiración empecinada –a veces, frente a la injusticia–, mientras que Jack Skellington cae, a las primeras de cambio, en la cuenta de su propio error y lo repara con celeridad. Quizás es mucho pedir a un film auspiciado por Disney que un sublevado sea premiado con el éxito” (Tim Burton. Cuentos en sombras. Glénat, 2000). Pero a pesar del triunfo final del “orden”, Jack Skellington, alter ego quizá de su creador, quien desde dentro del propio Hollywood intenta subvertir una y otra vez sus normas, no se arrepiente de nada y canta a la cadavérica luz de la luna que, si tuviera que volver atrás, repetiría de nuevo su locura. Y ese es, sin duda, el verdadero espíritu navideño, tal y como lo “ocultan” entre líneas los mejores cuentos de Navidad.
Jesús Palacios.